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LA CIUDAD COMO ESCENARIO FÍLMICOUN APORTE PARA ENTENDER LA IDENTIDAD
Víctor Mario Bórquez Núñez
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Resumen
Partiendo de la base de que el cine, con su capacidad de expresar a través de las imágenes y de proponer una lectura del entorno social, este artículo busca exponer de qué
manera la ciudad contemporánea se convierte en un interesante vehículo para reconocer la
identidad nacional, a partir de su puesta en escena y de su registro fílmico mediante el cual el paisaje citadino, en profunda transformación, es capaz de constituirse en un imaginario dentro de la nutrida producción postdictadura, entregando imágenes que se han transformado en parte de un discurso que escarba en el tema de la identidad nacional.
Palabras clave:
Ciudad, paisaje urbano, identidad nacional, imaginario.
La ciudad como protagonista
Abstract
It is believed that de cinema, with is capacity to express through the images and the propose a reading of the social environment, this article looks and answer to show how the contemporary city becomes an interesting vehicle to recognize the national identity, from its staging and its lm recording through which the city landscape, in deep transformation, is capable of becoming an image within the large production post-dictatorship, delivering images that have become part of a discourse that digs into the issue of national identity.
Keywords:
City, urban landscape, national identity, image.
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Magíster en Educación, mención gestión y política educacional, Doctor © en Proyectos académico del Departamento de Ciencias Sociales de la Facultad de Ciencias Sociales, Artes y Humanidades, Universidad de Antofagasta
Hombre y Desierto 20
: 74-87, ISSN:
0716-5897 / 2016
Recibido: 09/08/2016
Aceptado: 06/09/2016
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Tal vez desde el inicio mismo del cine, el paisaje citadino, la ciudad, se convirtió en un protagonista. Aparece y es explorada como uno de los temas preferentes de varios directores, convirtiéndose en un escenario que, al actuar por repetición, se convirtió en un elemento que puede denominarse como parte constitutiva de un discurso que propone un imaginario social en el que los espectadores se pueden reejar.Podemos citar como ejemplos ilustrativos el caso del cine de Fritz Lang en “Metrópolis” (1927) que propone una visión de ciudad indisoluble de sus temas y
preocupaciones estéticas. Lo mismo sucederá con Charles Chaplin, con Jean-Luc
Godard, François Truffaut o Roberto Rossellini, solo por citar algunos directores que
tuvieron el escenario de la ciudad como un claro referente para la exposición de sus
particulares obsesiones.Puede recordarse el lme ‘Luces de la ciudad’ de Chaplin, que es modelo para entender la conexión entre los vaivenes dramáticos y el escenario en que el
protagonista se desenvuelve. O todavía más atrás, la mítica primera película de la
historia del cine –‘La llegada del tren a la estación’ de los hermanos Louis y Auguste Lumiere (1895)- que utiliza precisamente el entorno urbano moderno como un importante elemento fílmico y de contextualización documental.En el cine contemporáneo mundial sobran ejemplos de cómo una ciudad, al convertirse en un elemento del discurso fílmico, articula conexiones que van más allá
de la mera descripción turística de un lugar o de un paseo por sus principales áreas de
interés: “Manhattan”, de Woody Allen (1979), en donde Nueva York se transforma en un elemento clave para el desarrollo emocional y genera por lo tanto, una lectura que trasciende la simple contemplación de un paisaje en la pantalla grande. O “Perdidos en Tokio”, de Sofía Coppola (2003), donde la ciudad nipona es una contraparte emocional de la soledad de sus personajes que se sienten extraviados en un escenario citadino plagado de luces de neón y de arquitectura de líneas agresivas en su forma.Un lme como ‘La Gran Belleza’ (Paolo Sorrentino, 2013) toma la ciudad de Roma en toda su extensión la que sirve como escenario y contrapunto de todo el periplo emocional que vive el protagonista, constituyéndose ella misma en un personaje que tiene presencia propia y puede, por tanto, servir como un elemento que
va más allá de servir como un contexto determinado.
“Blade Runner”, de Ridley Scott (1982), que imagina una ciudad de Los Ángeles futurista, dominada por la multiculturalidad, los signos publicitarios y el caos urbano con sus agelos de polución y descontrol, puede considerarse como un ejemplo particular: pocas veces el concepto de ciudad se entronca de manera tan potente con el devenir de sus personajes, convirtiéndose en un elemento signicativo que interviene en el desarrollo de las circunstancias más que como un simple
escenario.
De este modo, el séptimo arte y la ciudad se relacionan de manera indisoluble, porque su relación parte con el srcen del cine mismo, logrando inuenciarse de manera mutua, por ejemplo a través de la arquitectura moderna como en la
generación de unos escenarios donde se mezcla la imaginería con el análisis social
.y cuya inuencia en la arquitectura y edicios de la ciudad, se puede apreciar en la obra de arquitectos como Rem Koolhaas, Jean Nouvel y Bernard Tschumi.
La ciudad en el cine chileno
Tras el retorno de la democracia en Chile, el aumento de las producciones
cinematográcas se incrementó, en especial con títulos de carácter meramente comercial, que traían aparejado una campaña de difusión inédita para el país de entonces. (FONDECYT. Proyecto Regular Nº 1130751).
A esta situación, se sumó la participación de los directores en diferentes
festivales que dieron cuenta del carácter competitivo del cine nacional, donde a la fecha han venido recogiendo importantes nominaciones y galardones de eventos de importancia mundial, incluyendo el primer Óscar de la Academia de Ciencias y Artes Cinematográcas de Hollywood para el cortometraje de animación “Historia de un oso” (2014), de Gabriel Osorio. En gran medida, el aporte de los fondos concursables del Estado fue también un gran aliciente para que esta situación fuera en aumento. De este modo, como plantean los académicos Marcelo Vizcaíno y Claudio Garrido, en “Santiago, locación común: La ciudad en el cine chileno posdictadura”:“(Esto permitió) generar un texto visual acerca de lo chileno, sino que también permite reconocer las identidades colectivas y la heterogeneidad social”. (Recuperado de Vizcaíno y Garrido. En versión on-line de ARQ (Santiago) N° 91 Santiago dic. 2015)La situación descrita logró posicionar la imagen de Chile en el extranjero, en donde la imagen de una determinada manera de concebir la ciudad se hizo
especialmente relevante entre los directores de las nuevas generaciones.
Conviene destacar tres hechos que contribuyeron al posicionamiento cada
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vez mayor del cine chileno: una mejor factura técnica que dio solvencia a las producciones nacionales; el aumento de la producción y distribución de lmes chilenos de cción, que superó los argumentos de tipo convencional y la cantidad creciente de locaciones que dio cabida a una nueva mirada respecto de lo que es la
identidad nacional.
En este contexto, Santiago gura como el lugar más lmado del cine chileno y el concepto de ciudad se ha transformado desde una real y concreta hasta alcanzar una imagen de ciudad idealizada, abstracta y profundamente subjetiva.Siguiendo la línea de pensamiento de los autores Marcelo Vizcaíno y Claudio Garrido, se entenderá que el cine posibilita comprender la representación de
la denominada realidad, donde el concepto de ciudad opera como una propuesta de un mundo diferente, referenciado en espacios existentes.De este modo, el cine chileno de la postdictadura no solo traerá nuevas
temáticas en el campo de la producción fílmica nacional, también ofrecerá un
concepto de ciudad como elemento en el cual se puede visualizar con claridad los elementos propios de la identidad representada en la cinematografía, otorgando a ese
paisaje citadino un rol visual que posibilita el reconocimiento o el distanciamiento
emocional de los espectadores.
Ascanio Cavallo y Gonzalo Maza, denominaron como “directores novísimos” a los creadores chilenos que irrumpen en la cinematografía nacional a partir de los años 90 y que, en menos de una década, han alcanzado éxito nacional e internacional, a veces con solo dos películas en su trayectoria. Estos directores son reconocidos porque se han formado en el cine contemporáneo, tienen la mayoría de ellos una formación universitaria en lo audiovisual y han coincidido en entregar una mirada respecto de la ciudad que los hace particularmente interesantes. (Cavallo y Maza. 2010).La cuestión urbana y el sentido de la vida moderna en la ciudad, alcanza con
estos realizadores características de hallazgo identitario: los espectadores comienzan
a reconocer paisajes y situaciones comunes, pero al mismo tiempo ven reejada en la gran pantalla elementos desconocidos, lejanos a la habitual mirada de tarjeta postal con que se había venido lmando Chile y sus ciudades desde los años 30 en adelante.Interesa el planteamiento de Comolli cuando señala:
“
…lmar la ciudad resultaría lmar lo que en la ciudad se parece al cine
” (
Comolli, 2002).Con esto se arma que este “cine novísimo”, entiende y representa la
ciudad de manera completamente diferente a una mera puesta en escena de la
obra cinematográca, sino por el contrario como un elemento fílmico donde se entremezcla el deseo de compartir experiencias comunes con otras que emanan de la subjetividad. Es, en pocas palabras, una ciudad que se revela como diferente, que debe ser re-creada gracias al cine y su lenguaje especíco, donde lo pintoresco, folclórico o anecdótico se baten en retirada.
La ciudad re-creada
Como en Chile no ha existido una cultura fílmica propiamente tal ni una
preocupación permanente por preservar lo lmado, unido ello a todo el período dictatorial que signicó un corte profundo en la continuidad de producción local, la imagen que se genera de las ciudades suele ser un detalle más que revelador de los
aspectos identitarios.
De este modo, las películas nacionales mayoritariamente ofrecen a los espectadores la posibilidad del descubrimiento y la reconstrucción de la ciudad, partiendo de la base que ello posibilita acercarse a la idea de reconocimiento y de
identidad.
Un lme como “La buena vida”, de Andrés Wood (2008) entrega una mirada feroz de un Santiago que nada tiene que ver con el habitual. Allí, cada lugar representado conforma una manera de relacionarse con la capital, de entender que la visualidad de la ciudad es aquella de la subjetividad de los espectadores y, por tanto, se fragmenta en una serie de interpretaciones que cada uno le asigna.Otro hecho insoslayable lo constituye el crecimiento de una ciudad. Ello signicará que sus habitantes no podrán abarcarla de manera global, lo que srcina que ante esta incapacidad por experimentarla de manera completa será el cine el que propone el tipo de imágenes y la forma de asumir la ciudad. Solo de ese modo los espectadores podrán acceder a la ciudad y ésta se tornará asible e identicable,
llegando a su re-construcción mental.
La película “En la gama de los grises”, de Claudio Marcone (2015) entrega, de igual modo, la imagen de una ciudad proyectada y teñida por la subjetividad: se reconoce Santiago y sus diferentes lugares, pero cada uno de ellos se ve idealizado en su composición arquitectónica, en el estudio de cómo no existe casualidad en el registro visual, sino por el contrario una forma bien determinada de habitar dicho
espacio.
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Siguiendo la lógica de Tirri:“Los escenarios de la ciudad –espacios verídicos– se ofrecen como un engaño, ya que al ser proyectados se cargan de nuevas signicaciones. Si en sucesivas películas se frecuentan locaciones urbanas, se está construyendo el imaginario de una ciudad común que se comienza a repetir en la pantalla con pretensiones de compartirse como legítima, suponiendo también que el espectador «sienta el placer de imaginar algo más de lo que advierte a simple vista” (Tirri, N., 2012)Así, la ciudad se convierte en un espejismo de realidad porque más que más allá de lugares concretos, lo que el director entrega son escenarios urbanos comunes y reconocibles, pero que para poder ser analizados como parte sustantiva de un lme deben partir de la experiencia urbana. Por ejemplo, la Valdivia que vemos en “Ilusiones Ópticas” de Cristian Jiménez (2010), no es necesariamente la ciudad que conocemos. Es un sitio abstracto donde lo que les sucede a los personajes está enlazado con elementos identitarios de esa ciudad y que se reconstruye en la medida que cada uno tenga la posibilidad de adentrarse en el entramado del discurso fílmico que el director propone.
Otro elemento interesante de esta nueva ciudad es cómo las materialidades
existentes –barrios, edicios, plazas y lugares signicativos de una ciudad- dejan de ser elementos de una alta signicación visual para los directores y se convierten en elementos que alimentan una ciudad distinta, aquélla en donde el imaginario de la ciudad reconoce lo presente y lo ausente.Y hay todavía una corriente más extrema, donde la ciudad, su concepción fílmica, cae en el terreno de la más absoluta disolución, tal como lo señala Antonia Girardi: “(son películas donde) se interiorizan y buscan arraigo no en las extensas llanuras, ni en el corazón de la metrópolis, sino en pequeños territorios relativamente insulados, conectados por sonidos y calidades fotográcas, por atmósferas culturales e índices de estilo”. (Girardi, A., 2010).
La ciudad y la identidad
Conviene recordar que el cine siempre entrega un conjunto de imágenes de
identidad utilizando para ello materiales donde se revela la idiosincrasia. Esto es
complejo ya que se parte de que el cine plantea una imagen de ciudad a partir de íconos propios, separados de los tradicionales signos etiquetados como patrimoniales, todo
lo cual conforma un discurso respecto de la realidad material de tal o cual ciudad.
Se habla de discurso porque la trama y todos los personajes que en ella participan están puestos en contextos espaciales y se transforman en un discurso
creado para generar un
impacto metafórico
en la vivencia de los espectadores-
habitantes. Acá conviene denir
identidad
, siguiendo la línea de Ross Pool (1999), como un concepto abstracto que se forma y moldea de manera continua, a partir de creencias, aspiraciones e intereses de un grupo determinado que lo gestiona y cobra cierta forma y existencia, aunque nunca denitiva, cuando un conjunto de individuos lo acepta como aquello que representa el reejo de la realidad y la historia, llegando a encarnar valores comunes como representación directa de la nación a la que todos pertenecen. (Poole, R. 1999).De este modo emerge la identidad por cuanto un espacio reconocible – con edicios, plazas, calles y balnearios, por ejemplo- se convierten en íconos y evidencias de una realidad, no siempre sirviendo únicamente a la trama, sino manifestando ciertos indicios de una identidad que se deberá reconocer y asumir.Ejemplo de esto es el lme “Razones para no morir triste” de Ariel Velásquez (2016), donde Antofagasta se despliega como ciudad en sus edicios y locaciones más icónicas y reconocibles, pero donde no obstante, cada lugar adquiera un signicado diferente en función del discurso que al director le interesa comunicar: en algunos de esos paisajes, por reconocibles que sean, se está apelando a una realidad que no necesariamente coincide con la ciudad que conocemos.
Por este motivo el cine chileno actual se concentra en las temáticas
particulares: más que la tarjeta postal de la ciudad, lo que a estos cineastas novísimos les importa es presentar tales lugares emblemáticos como un pretexto para dar cabida a argumentos intimistas, donde lo que en realidad importa son las locaciones de
carácter hermético.Este estilo particular de visualizar la ciudad se entronca con dos preguntas
clave: ¿de qué forma este modo de ver la ciudad aporta al reconocimiento de la identidad? ¿Es la ciudad un paisaje híbrido o un espacio urbano que se revela como conectado a las experiencias del espectador y reconocible como agente identitario?Para dar respuesta a estas interrogantes, conviene recordar que el cine chileno producido entre 1990 y 2016 demuestra que ha habido un interesante cambio en el registro de lo urbano: se partió con el retrato de la marginalidad y la periferia (“Caluga o menta”, Gonzalo Justiniano, 1990) para llegar a los espacios cerrados de
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uso privado, donde la imagen de la ciudad se revela solo como un contexto en que se hace difícil reconocer el espacio (“Gatos viejos”, Sebastián Silva y Pablo Peirano, 2010), hasta llegar a la mismísima abstracción de la ciudad donde los límites entre lo real y lo soñado se tornan más que difusos (“El pejesapo”, José Luis Sepúlveda, 2007).Sin embargo, todas estas maneras de entender la ciudad como escenario
fílmico han aportado una mirada respecto de la identidad nacional. Cada una en su
estilo particular, constituyen aspectos de una identidad que se trata de recomponer en la medida que el discurso cinematográco entronca la ciudad real con la imaginada
o re-construida.
Cabe señalar que la ciudad del cine nacional, en especial Santiago, es siempre una ciudad en construcción, donde se evidencian los signos del cambio de los cambios sociales, culturales y políticos que han transformado nuestra idiosincrasia y
aportado por tanto a la identidad.
La ciudad en constantes tensiones
Con el regreso a la democracia en 1990, la ciudad como escenario fílmico
se centra en los bordes, en los márgenes, en la periferia, para desde allí chocar con la urbanidad y así dar cuenta del estado de degradación moral que ha sucedido
durante el período de la dictadura. Todas las películas de este período presentan una
visualidad urbana que siempre está en tensión: los escenarios de la periferia versus el centro urbano, que revela el modelo de la política económica de los años ochenta: ‘Caluga o menta’, de Gonzalo Justiniano (1990) frente a ‘Johnny cien pesos’ de Gustavo Graef-Marino (1993).Más tarde, en el lapso que va de 1996 a 2001, predominaron películas que
profundizaron la tensión descrita antes, esta vez aumentada, donde por una parte el
escenario popular choca fuertemente con la expresión urbana del boom económico.
La mirada de la ciudad se radicaliza: las locaciones populares se muestran
siempre como paisajes a medio construir, donde existe connamiento y precariedad, mientras que a lo lejos aparece la ciudad construida y moderna donde, sin embargo, el sentido de alienación predomina y se expande. Y lo característico de este periodo es el deambular de los personajes que van de un punto a otro, revelando los tremendos contrastes entre un ámbito y otro, como se expone en “Historias de fútbol”, Andrés Wood (1997), “Gringuito”, Sergio M. Castilla (1998); “El chacotero sentimental “ (1999) o “Taxi para tres”, de Orlando Lübbert (2001).A partir de 2002, los lmes darán cuenta de una ciudad en la que predominan volúmenes urbanos: los protagonistas se trasladan desde la periferia hacia
sectores conocidos por los espectadores donde se reconocen inmensas estructuras
arquitectónicas frente a una metrópoli que va cambiando de modo irreversible en sus conjuntos residenciales de alta densidad, autopistas urbanas y grandes centros comerciales. Esto se puede ver perfectamente en “Play”, de Alicia Scherson (2005) y en “Se arrienda”, Alberto Fuguet (2005) y “Mirageman”, de Ernesto Díaz Espinoza (2007), donde la ciudad suele ser presentada como una urbe desbordante en relación a las personas. Así, Santiago y otras ciudades chilenas que aparecen en la pantalla en este período, parecen similares a una gran maquinaria que succiona la individualidad, llegando a alienar a sus habitantes, tema que lleva hasta el paroxismo el lme “La buena vida”, Andrés Wood (2008).
La ciudad como un personaje
En el cine nacional reciente –que va del período 2008 a 2016- la ciudad ha cambiado de manera radical.Santiago, por ejemplo, se lma con cuidadoso preciosismo y la cámara exalta su capacidad de revelar lo bello por encima de lo funcional, en donde predominan tomas panorámicas de espacios urbanos que son el ejemplo de un estado social que ha cambiado de modo absoluto, tal como ocurre en “Qué pena tu vida”, Nicolás López (2010). Misma situación sucede con “Razones para no morir triste”, Ariel Velásquez (2016) o en “El Leche”, Felipe Arredondo (2016), que revela una estética preciosista de Antofagasta en donde se conjuga lo estético con el descubrimiento de barrios y lugares emblemáticos de la ciudad, como el borde costero, barrios tradicionales, el complejo arquitectónico denominado como Edicio Curvo o el terminal pesquero,
respectivamente.
Así, según indican los académicos Marcelo Vizcaíno y Claudio Garrido:“Este proceso jerarquiza las locaciones ordenándolas a partir del cruce de dos atributos: su capacidad de ser reconocidos –como referencia icónica– y su potencial de ser estetizado a través de la técnica –encuadre, color, texturas, composición–. En este contexto, la imagen de ciudad se vuelve un fondo que permite reconocer el espacio particular en el que transcurre la historia” (Recuperado de Vizcaíno y Garrido. En versión on-line de ARQ (Santiago) N° 91 Santiago dic. 2015)
Lo característico de este período es la presentación de una ciudad de postales
rápidas que no dan cuenta de las tensiones existentes en estos espacios donde los
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